Centenario de verde melena y piel de elefante reseco.
Condenado a tener miles de brazos y no poder tocar más que el viento y a los
pájaros que deciden caminar en tus ramas. La naturaleza debe odiarte
profundamente ya que decidió desnudarte y dejarte medio muerto en invierno.
Ejecutas tu única posible venganza clavando tus raíces cuán hondamente puedes,
cual manos, estrujando la tierra con rabia. Nosotros, por nuestra parte también
hemos decidido darte una patética existencia talándote, incinerándote y
exhibiéndote raquítico y famélico en los paseos para escarnio público. Por si
esto no fuera poco determinamos que es bueno para ti mutilarte al menos una vez
al año.
Árbol que se alza solemne e inhiesto sobre una única pata
de madera, con la serenidad del sabio, viendo pasar las vidas de las
innumerables bestias a las que sobrevives. Bajo el sol, bajo la lluvia,
agitando los brazos con el viento, inmóvil en la porción de tierra que te fue
asignada descansas desde que naces hasta que mueres. Ves cada año desaparecer
tu frondosa copa, en una lluvia de hojas que revolotean hasta caer muertas a
tus pies, dejando al descubierto un entramado de raquíticas ramas de escobilla
que se elevan como amenazando con arañar el cielo. Eres como un fénix anual,
que cada año florece y cada año se queda catatónico, apenas sin sabia,
esperando a que su copa vuelva a reverdecer.
Sentenciado a vivir solo durante siglos en la planicie de la que te
alimentas, oteando el horizonte en busca de compañía, intentas crecer hacia lo
alto para mejorar tu visión. En verdad, destruir los bosques es mucho más cruel
de lo que cualquiera puede imaginarse.
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