By Thienbao |
Hay veces que el ser humano es azulado. Suspira hondamente, necesitando el afecto
de otro para devolver el calor a su cuerpo. Reclinado, dejando que la luz del
amanecer bese sutilmente su cuerpo, mira el rosa de sus párpados desde dentro,
esperando a que, antes de volver a abrir los ojos, alguien deposite un delicado
beso en sus labios. Necesita la suavidad y la contundencia de unos brazos que
lo abriguen. Una figura que lo abrace y que encaje a la perfección con la suya,
como si hubieran sido creados para ello. Ruega egoístamente que exista una
mente en la que sólo quepa él, además de la suya propia. Alguien que lo desee,
que lo idolatre, que lo trate como si fuera el ser más vulnerable sobre la faz
de la tierra. El anhelo lo enfría, entumece sus frías manos, deja en su corazón
una textura de terciopelo. Sus oídos se agudizan a la espera de que una voz
profunda y susurrante deposite palabras dulces y reconfortantes en ellos. La
espera se eterniza, sus ojos se tornan acuosos y se derraman ardientes mientras
miran al infinito. Sólo las lágrimas besan su rostro, sólo su aliento calienta
sus labios. Los brazos se ciñen sobre su torso, en un abrazo solitario. Se
abandona a su llanto, sabiendo que nadie vendrá.
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