Humo
El humo asciende
danzante, sensual, como si fuera consciente del corto espacio de tiempo que
estará en el mundo. No tiene tiempo si quiera de poder tomar forma. Quizás las
personas, cuando morimos, ascendemos como el humo. Quiero ascender, de un rojo
ardiente, cálido, casi cegador. Como cuando una gota de sangre cae en un recipiente
de agua cristalina. Cuando las personas mueren repentinamente, la belleza del momento
desaparece, es arrancada violentamente, como si soplara un fuerte viento. El humo
es privado de su único momento de gloria. Cuando el humo finalmente abandona el
cuerpo, éste se corrompe, segrega los fluidos que contenía para parecer
grotesco y que el humo sea feliz con su partida. ¡Qué triste está el humo de
los congelados! Por eso, en el hielo, siempre aparece una especie de neblina,
son humos buscando su cuerpo. Lo dejaron llorando, mientras la sangre dejaba de
fluir, abandonaron con pena su cuerpo purpúreo y angelical. Se asieron a los
azulados y fríos dedos, maldiciendo su naturaleza incorpórea.
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