jueves, 16 de enero de 2014

A la apatía



           Ser tembloroso que ruegas arrodillado ante tu señor, te desprecio. Tus rodillas amoratadas y tus sudorosas corvas dan fe de tu virtuosa e inmunda humildad. Te sometes vilmente para no ser responsable de tus propias acciones y no sentirte el culpable de tus
By Joao Ruas
propios infortunios. Me asquea tu sumisión, tu apocamiento, tu falta de espíritu. Fuiste creado para ser un guerrero, enseñar los dientes y luchar por lo que es tuyo, para dar todo lo que tienes y arriesgarlo todo en el intento. 
           Tu mansedumbre de tela de saco, áspera, sin color, resignada a ser mediocre, constriñe tu naturaleza combativa. Te rindes, humillándote, inclinando tu hirsuta cabeza, traicionando a tu nebuloso cerebro. Atenúas tu fuego interior, decoloras tu ser, en una eterna resignación que asume tu impotencia. 
           Ser abúlico que entona eternamente un fingido me da igual. Ser conformista, de enclenque complexión, que se da por vencido incluso antes de haber decidido una guerra. 
           Flagelas tu propia espalda con una sonrisa que deforma tu rostro, inundado por tus lágrimas y babas, para complacer a tu amo, que observa indolente desde su trono. Inepto haragán, que acatas las órdenes de otros a la espera de que los frutos te puedan ser beneficiosos. Sin embargo, cuando no obtienes ningún provecho, te sientas a esperar, con la creencia de que la próxima vez no será así. 
          Postrado en tu silla maltrecha, en una actitud laxa de buey que rumia, observas como tu mundo se derrumba, se torna de un gris sin gracia, pensando que tú no eres el causante, que ése era el único escenario posible. En tu apatía, has desdeñado el único tesoro que alguna vez poseíste, tu vida.