jueves, 11 de julio de 2013

Blanco



Me siento tan extraña. No es sola, es vacía. Me siento llena de una materia blanca, suave, esponjosa. No fría, en cierto modo es cálida. Me llena hasta la garganta, pero también la tengo en los ojos. No quiero llorar pero tampoco quiero reír, no quiero morirme pero tampoco estoy segura sobre seguir viviendo. Hasta ahora las cosas parecen haber ido bien. Y no es que ahora vayan mal, ése es el problema. No hay nada fuera de lo común, nada destacable, nada que merezca la pena contar. Soy feliz, pero creo que porque me he acostumbrado a serlo y no sé ser otra cosa.

Siempre he tenido hambre de infinito, pero ahora ese hambre es tan extrema que creo que será imposible aplacarla. Necesito volver a sentir amor. Necesito creer que hay alguien en el mundo al que valga la pena querer. ¿Acaso a los que he amado hasta ahora valían la pena? Es tan doloroso volver la vista atrás y ver sólo pasteles. ¿Quién robó del mundo los colores vivos? Puede que esto sea tan sólo un berrinche inconformista, pero el seguir evadiéndome del mundo no solucionará nada. 

Hace ya meses que vivo escondida, que cierro los ojos y acaricio al tiempo mientras pasa con la esperanza de que no se dé cuenta de que estoy ahí. Me pinté de blanco y me arranqué las pupilas para que no me viera. Y aún así nada ha cambiado. Debí de ser yo la engañada, y debo seguirlo siendo. En ciertos aspectos el tiempo parece volar, pero cuando tomas conciencia, todo sigue en el mismo sitio, inmutable. Debería exhumar el cuerpo de Parménides y torturar su patético esqueleto. Aunque dudo que eso sea posible. Panta rei, me hizo creérmelo, me hizo creer que fluiría, que todo cambia. No siento esa fluidez, siento que empujo una pesada piedra, y me duelen los brazos. Y me canso de empujar. La piedra parece más pesada y mis piernas más débiles, parece que se me han acabado las ganas de reírme triunfante y omnipotente ante esa piedra. Me he cansado de luchar contra ellos, contra su estupidez; y a la vez también me he cansado de no luchar. 

Es como si el mundo de repente se hubiera sumergido en una bebida carbonatada y sólo quisieras mirar durante horas cómo diminutas burbujas suben a la superficie, ajenas a todo demás. Sentirse pegajosa, fría, sedienta y odiadora del líquido que me rodea. Mientras que el resto parece, si cabe, más feliz que de costumbre. Más simple y pánfilo, encerrados en su estúpida candidez pedante que me enferma. Sintiéndose felices porque se creen más inteligentes que el de al lado, y siendo la causa de escenas que no puedo calificar como menos que grotescas. Ridículas. Es como si una obra de Valle Inclán hubiera tomado forma. Y te hace pensar que sus obras eran realismo puro. Es todo tan patético, tan fingido, tan de mentira. La aparente afectación de la gente ante hechos irrelevantes. Una afectación impuesta por lo políticamente correcto que me asquea. No siento soledad, siento repugnancia. Me siento atrapada en una enorme náusea, causada por la estupidez de la masa que me rodea. No hay individuos, sólo elementos de una masa homogénea y analfabeta. Sin color, sin características particulares, sin relevancia. 

Me gustaría poder escribirle una carta a dios para pedirle que me dejara sentarme a su lado durante unos días. Para ver lo que ocurre desde lejos. Dicen que nuestra vida es demasiado corta, nuestra capacidad de entendimiento demasiado limitada y nuestra visión demasiado superficial como para entender el desarrollo de
los hechos. Y que por eso, mientras ocurren nos pasan desapercibidos. Sólo los notamos como si fueran un enorme pez de suaves escamas que nos acaricia sutilmente al pasar por nuestro lado, y sólo sentimos el último coletazo. La áspera y firme cola que nos da el último toque antes de dejarnos y desaparecer para siempre para pasar a formar parte tan sólo de la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario