El ser humano no sabe huir, o más bien, no puede. Muchas
veces nos gustaría huir, correr hasta que nos duela la garganta y mucho más,
llevando con nosotros sólo lo esencial. El principal problema de la huida es
que siempre que un Romeo le dice a su Julieta: “Huyamos”, ella pregunta a dónde
y no de qué.
Durante siglos, el ser humano ha acostumbrado sus blandas posaderas a
asientos que las acogen con primor; y es difícil que sus mullidos glúteos se
sientan a gusto en una fría piedra. Hemos creado un sinfín de comodidades que
nos han subyugado con su tacto de plumas y suave hilo. Hemos ido perdiendo la
capacidad de ser libres a medida que íbamos creando cada artilugio y produciéndolo
en masa. Ahora mismo cuando uno piensa en su idílica existencia en una isla
desierta, no puede parar de preguntarse dónde se lavará los dientes, o dónde
habrá papel higiénico.
Y nos quedamos con cara de tontos, por haber luchado contra fes y morales de
esclavos, cuando lo que más nos esclaviza es un sedoso rollo de papel higiénico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario